Creciendo juntos by Carlos González

Creciendo juntos by Carlos González

autor:Carlos González [González, Carlos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Hogar, Salud y bienestar
editor: ePubLibre
publicado: 2013-10-29T00:00:00+00:00


Los castigos

El castigo es completamente innecesario en la educación de los hijos. Lo sé porque mis padres nunca me castigaron, y nunca he castigado a mis hijos.

Mis padres me regañaron, por supuesto. Me dijeron «no hagas eso» o «¡mira lo que has roto!» o «no hables así». Pero nunca, nunca en la vida, me dejaron sin salir, o sin ver la tele, o me quitaron un juguete o me negaron una golosina porque me hubiera portado mal. Simplemente me decían lo que tenía que hacer y lo que no, y ya está.

Por supuesto, hice muchas cosas que me habían prohibido, y dejé de hacer muchas que me habían ordenado. Como todos los niños. Como todos los adultos. Pero no creo que hubiera obedecido más si me hubieran castigado.

Tampoco he castigado nunca a mi esposa. Ni ella a mí (no por mis merecimientos, mas por su sola clemencia). Hasta donde yo sé, la inmensa mayoría de los adultos no suele castigar a otros adultos. A un compañero de trabajo le podemos decir: «por favor, archiva los expedientes en su carpeta correspondiente, porque si están desordenados no hay manera de encontrar nada», pero jamás le diremos «como vuelvas a dejar un expediente fuera de sitio, estarás dos sábados sin ir al cine». Sabemos que un castigo así es innecesario, sospechamos que sería inútil, y sobre todo somos conscientes de que sería ridículo y prepotente. Casi más ridículo que prepotente. El rechazo social caería ineludiblemente sobre el castigador. Si Juan castiga a Pedro sin salir un sábado porque tiene la oficina desordenada, la mayoría de la gente no diría «qué vergüenza, este Pedro es un desordenado», sino «qué se ha creído este Juan, qué tío más imbécil».

Sí que recibí algunos castigos en la escuela. Algunos deberes extra, algunos reglazos, algunos minutos sin recreo. No recuerdo que ninguno de esos castigos me impulsase a portarme mejor; al contrario, cuando sentía que el castigo era injusto, cuando por ejemplo castigaban a toda la clase por un jaleo en el que yo no había participado, pensaba «ahora tengo derecho a hablar en clase, porque ya he pagado el precio». Por cierto, lo de poner deberes extra (una redacción, cinco multiplicaciones…) como castigo nunca lo he entendido. Un castigo, por definición, debe ser algo malo. Y los deberes se supone que son buenos (o al menos eso opinan los profesores que ponen deberes; yo no estoy muy seguro). ¿Cómo puedes pretender que los alumnos hagan los deberes contentos, si al mismo tiempo les estás diciendo que es un castigo? No se puede castigar a los niños a hacer deberes, como no se les puede castigar a leer, a comer fruta o a recoger la habitación, porque les estaríamos diciendo que esas cosas son malas.

Tampoco me impulsaban los castigos a respetar más al profesor. Siempre preferí a los profesores que no castigaban. Muy pronto me di cuenta de que los mejores profesores no castigaban, porque sabían imponer su autoridad sin recurrir al castigo. Los mejores no necesitaban ni siquiera gritar, amenazar o reñir; simplemente los respetábamos.



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